DESPACIO, CARMEN.

Su mirada estaba fija en un punto. Inmóvil. Tenía los ojos oscuros, con pocas pestañas y hundidos. Su nariz era puntiaguda, sus labios finos y tenía unas grandes orejas. La cara era redonda y, pese a la edad, no muy arrugada. Igualmente, una papada abundante le sobresalía por debajo de la barbilla. El escaso pelo blanco bien peinado contrastaba con las abundantes cejas. El hombre, de unos 70 años largos, permanecía de pie asomado en la ventana contemplando el monótono pero perturbador panorama que ofrecía el exterior de su vivienda, a tres pisos del suelo. Tenía la camisa a cuadros que combinaba con el mantel de la mesa del comedor de detrás de él, que ya estaba puesta para comer. El pequeño salón tenía las paredes blancas de papel granulado con cuadros de fotos familiares y un mapa topográfico antiguo de Galicia. El día era nublado y la sala quedaba parcialmente iluminada. 
El pensionista tarareaba la Rianxeira que anteriormente había estado escuchando y bailando mientras disfrutaba del aroma a sopa casera con las manos en los bolsillos. Pensaba entretenido en la partida de cartas que hacía unas horas había ganado contra sus otros amigos gallegos y en el malhumor poco disimulado que había permanecido en la sala y que tanto había hecho reír a su mujer. Ella, una mujer testaruda, fuerte y atenta, desde hacía unos días tenía que ir más despacio. Despacio por cosas de la vida. Sólo despacio, por suerte. 
Una vez en la mesa, su mujer, menuda e inquieta, no conseguía estar cómoda sin hacer nada. Necesitaba organizar, cocinar, pasear. Su cabeza no paraba de pensar en todo lo que su marido estaba haciendo mal, pero siempre agradecía sus cuidados, su atención, su cariño. 
En un momento de la comida intercambiaron unas palabras, pero la verdad era que estaban a gusto en el silencio brindado por la confianza de casi cincuenta años casados. La abuela se levantó, disimulando.

-       ¡Non se levante Carminha!- Dijo el hombre - ¿O que queres?
-       ¡É que non chego a agua!-  Respondió ella - ¡Xa me sinto!

Con una media sonrisa, la esposa se volvió a sentar. Ese día parecía más traviesa de lo normal.
Eso era bueno para los dos. Quería decir que todo mejoraba. El abuelo siguió comiendo, 
refunfuñando, pero se le pasó rápido. Seguiría haciéndolo todo despacio y con buena letra.

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